Un hombre solo,
un hombre solo en una playa de Cádiz,
sentado, abierto de piernas frente al mar.
Un hombre solo con unas Nikes de cien euros apuntando a África,
a la costa del norte de África.
Un día sin nubes.
Un día sin nubes y un hombre solo que mira las olas.
Un hombre solo, hipnotizado por el filo espumoso de las olas.
Un hombre solo, tan solo que busca la compañía del mar,
que reclama su cercanía con la punta de sus flamantes botas.
Un hombre tan solo, tan solo,
que ha estrenado unas Nikes de cien euros,
unas Nikes azules y amarillas y ha ido a enseñárselas al mar.
Y al mar le gustan y se las toca,
como lo hace una muchacha con el pelo de su novio recién salido de la barbería.
Un día sin nubes y en esta playa,
un hombre solo que se quita las botas nuevas,
las Nikes de cien euros y se las regala al mar.
Y se vuelve de espaldas, y descalzo se va.
Y es que los días sin nubes,
Africa está tan cerca
que este hombre solo
cree que desde esta playa
se puede ver su casa.
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